Solo dijo sí y comenzamos a decir cosas absurdas. Esta vez no fue necesario un presentador, un intermediario, solo nuestras risas y mis manos tibias.
Por primera vez me pidió que siguiera, que mantuviera la risa en nuestros labios cansados. Dijo que el calor de la música no era suficiente y me pidió que me acercara, que llenara los vasos e hiciera como que nadie nos estaba buscando.
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